Vaya por adelantado que el siguiente texto no es nuestro, pero esta entre nuestras lecturas preferidas. Narra todo el increible proceso por el cual una persona totalmente sedentaria acaba corriendo 4 veces por semana. Todo el proceso , todas las sensaciones que describe es un perfecto resumen de lo que sentira alguien que decida seguir ese camino. Ojala consigamos que se convierta tambien en lectura de cabezera para vosotros. Os dejamos para que conozcais LA INCREIBLE HISTORIA DEL GORTIDO QUE CORRIO 1000 KM! Disfrutarlo:
El gordito que corrió 1.000 kilómetros
Un relato sincero de cómo alguien que conozco se convirtió en un runner, aun siendo gordito y cuarentón.
Mi amigo es de esos que son alérgicos al
deporte. Hasta hace año y medio tenía el cuerpo a estrenar,
deportivamente hablando, claro. Tenía las rodillas en rodaje y menos
tensión muscular que Torrente.
Le sobraban todas las comilonas de los últimos 10 años, y daba una
clase de pádel semanal, como si eso le sirviera de bula para comer el
resto de la semana con salsa.
Un día su profesor de pádel, le dijo que con sus nuevas zapatillas no
eran apropiadas para el padel. “No son tan feas”, dijo él. “Son de
running, no puedes jugar con eso”, le contestó el profesor. Ahí acabó la
clase para él. Las había sacado de un cubo de ofertas de Decathlon y
únicamente se había fijado en que no fueran una feria de colores.
Al volver a casa decidió probarlas corriendo, ese fue su primer
contacto con el running. Ni una decisión meditada, ni una vocación, ni
desde luego una promesa. Solo el remordimiento de tener unas zapatillas
de oferta sin estrenar.
En aquel primer amago duró unos dos minutos corriendo, lo que duraba
la cuesta abajo. Pero pudo comprobar que las zapatillas eran blanditas.
Le gustó la cosa. Se sentía bien, hasta que notó que le ardía la cara
del calentón.
Pero al día siguiente la sensación fue penosa. Se propuso llegar
hasta la caseta del guardia, unos 500 metros, pero no había tenido antes
su clase de pádel y fue como empezar a correr sin pan. Aguantó tres
minutos y con los pulmones como embutidos dentro del pecho. La primera
lección fue entender que uno aguanta más cuando está activado que cuando
empieza a correr de cero. Así cada cuatro días, o así, lo intentaba de
nuevo. 5 minutos, 6 minutos, 3 otra vez, ¡ida y vuelta a la caseta!
Un día bajó al pueblo donde hay un carril bici más llano que el
público de Saber Vivir. Había visto a gente correr por allí. Corrió
hasta el final de la primera recta…, unos 700 metros, y otros 300 metros
extra de vuelta. ¡Qué derroche! Como puede verse, eran cifras de
vértigo. Y aunque él lo llamaba correr, en realidad, aquello era una
especie de trote pesado. Masas en suspensión rebotando de lado a lado y
cayendo a plomo en cada pisada. Algo digno de verse a cámara lenta y
alta definición.
Aun así aprendió otra lección: hay que evitar las cuestas, agotan
físicamente y mentalmente, son como un muro. Hay que buscar el mínimo
esfuerzo.Y si una semana no le apetecía correr, no corría y punto.
Decidió intentar siempre quedarse con buenas sensaciones. Él era un
sedentario profesional y sabía de qué hablaba.
El caso es que aquel territorio llanito se lo puso fácil. Empezó a
dar la tabarra a los amigos, sobre todo a mí. Nos contaba sus logros de 7
minutos, 10, ¡15! Generalmente, la señal para pararse era el color rojo
de su cara y la sensación de perder el páncreas. Pero iba tomando
medidas muy básicas. Se apuntó la lección número 3: tomar referencias
estaba bien, resultaba útil estar entretenido y con algo en que pensar
en medio de tanta agonía. Según él, no había un rendimiento real que
medir, más allá de discernir si estaba agónico o solo extenuado. No
había matices, siempre era un poema cada vez que acaba de correr.
Un día cualquiera alcanzó la barrera de los 25 minutos. Había leído
que a partir de una distancia o tiempo uno empieza a estabilizarse.
Comprobó cómo al cabo de un rato los jadeos agónicos ya solo eran
resoplidos de caballo. Y paró. No porque estuviera al borde del colapso,
sino porque había llegado al tiempo. Otra lección más: Hay que escuchar
música para no oírse uno mismo respirar como un mamut en fuga. Eso hace
que el tiempo se pase mejor.
Habían pasado unos tres meses y la cosa ya le entretenía. Había
llegado a entender y sentir eso de ‘estabilizarse’ que, básicamente,
significa “descubrir espacios de tiempo en los que has dejado de pensar
en el sufrimiento y te has distraído pensando en otras cosas sin dejar
de correr”.
En su cumpleaños, los amigos, aburridos de sus reportes, le regalamos
un Nike Plus. Momento en que empezó a medir mis carreras. Le apetecía
tanto estrenarlo que un 5 de diciembre, a unos 4 grados de temperatura,
corrió 5 kilómetros. Resulta que aquella ruta que decía correr cada 3 o 4
días sí tenía esa distancia.
Aquel invierno pasó por la fase “soy un corredor medio profesional,
necesito de todo”. Y no exagero. Empezando por unas Nike Vomero 4 (las
“zapas” más caras y blanditas que encontró) rodillera de refuerzo, luz
por si oscurecía, pulsómetro, ropa técnica, calcetines especiales,
taloneras de gel, calzón térmico antirrozaduras, el sensor Nike plus, el
iPod, gorro, guantes y cuello térmico. Una fiesta (de disfraces).
Tardaba 5 o 6 minutos en prepararse para luego correr 30.
Cada día que superaba su distancia volvía a casa esperando verlo en
el telediario. Henchido e hinchado. Así, el paso de los 5 a los 6, los 7
y los 8 Km solo fue cuestión de tiempo. Pero estaba claro que ya tenía
el veneno dentro.
Se empapaba de información, leía revistas y buscaba recorridos en
Internet. Acumulaba ropa de deporte en casa. Y no lo dejaba.
Simplemente, seguía para acumular kilómetros, como cuando un niño ahorra
para comprarse algo.
Cada una de las sesiones era diferente: “Un día te gusta, otro lo
odias. Un día crees que tu ritmo inicial es alto, y al otro que te ha
sentado mal la comida. El lunes te paras, el miércoles reinicias. Día
tras día, kilómetro a kilómetro, aprietas, desistes, mejoras, dudas,
reniegas, te impacientas, disfrutas, te sientes el rey del mundo, pasas,
te gustaría haber corrido más, te quedas sin aire, luego esprintas…”
Lo único que si se repetía era lo orgulloso que parecía al acabar.
Para mi amigo el gordito, correr no es un momento idílico para
desconectar. Se pasa el trayecto pensando en cuánto lleva y cuánto le
queda. “La música es importante, porque si te distrae 3 neuronas, son 3
neuronas menos que piensan en lo cansado que estás”.
Intentó buscar compañeros de hazañas, pero pronto aprendió que era
incapaz de correr y hablar a la vez, mas allá de un sihhh o nohhhh
coincidiendo con la expulsión del aire.
Siguiente reto: Una carrera popular de 10Km. Aunque solo fuera por
estadística, acabó encontrando a gente que también corría y entre todos
le convencieron: “Tienes que hacer una carrera popular de 10 Km”. Él
sólo estaba preocupado por las malditas cuestas y no dejaba de
preguntarse: “¿Qué pintamos mi barriga y yo con toda esa gente delgadita
vestida de colores?”. Aún así se apuntó. No supo decir si se le hizo
corto o largo. El caso es que lo hizo en 55 minutos y se enteró toda
España. Proeza total, incluso adelantó a gente en carrera.
Después corrió la de Aranjuez en 54 minutos. Se pasó gran parte de la
carrera detrás de una chica bajita y otra más atlética que iban
hablando. Por explicarlo con sus propias palabras: “A la bajita de la
malla azul eléctrico parecía que iba a estallarle la lycra”. Al parecer
era todo un juego de inercias, carne y pasitos cortos, y no era capaz de
adelantarlas. Otra nueva lección: Si no eres competitivo, mejor. No te
molestará tanto que te adelanten, solo si, quien lo haga, esté más
rematadamente gordo que tú.
Ahora tocaba mejorar ritmos. Aquí sí que no ha habido manera. Sigue
corriendo como un tractor a su ritmo de 5,5 o 6 minutos por Km. Ese
ritmo le resulta cómodo. La parte competitiva no le entusiasma, y todo
el mundo le insiste que tiene que hacer series para mejorar. Hacer
series, según él, es básicamente correr a ratos como si le persiguiera
un perro y volver a la fase de jadear y a soltar el páncreas por la
boca. Ha llegado al punto de disfrutar corriendo, de buscar recorridos
en los gozar del paisaje y del reto.
Los registros de su Nike plus siguen marcando unos 20 o 25 kilómetros
por semana, sin que nadie tenga que recordárselo. Y claro, tarde o
temprano los 1.000 kilómetros tenían que llegar.
Mi amigo sigue estando gordito, pero tiene un corazón como el de
Induráin. Confiesa abiertamente que corre para seguir comiendo como un
campeón. En eso no tiene rivales. Le sobran solo algunos kilos menos,
pero tiene unas piernas que le sujetan cuando sube o baja escaleras.
Viendo sus registros escritos, siguen pareciendo increíbles. ¡Ha
corrido 1.000 kilómetros en unas 120 sesiones/torturas! Eso equivale a
más de una San Silvestre a la semana durante año y medio. Ha corrido más
de 100 horas. Se ha lanzado por prados, caminos y hasta autopistas,
jugándosela, y en sus trayectos ha llegado hasta las playas de Santa
Mónica en Los Ángeles. ¿Se puede ser más runner?
Como puede verse y leerse, es un superhéroe. Lo sé porque ni uno solo
de los días en los que ha corrido ha dejado de tener esa increíble
sensación en la ducha. La de ser un campeón. Ese es el veneno.
Y escribo esto en tercera persona porque me sigue pareciendo increíble haberlo hecho. Es como si el gordito fuera otro y no yo.
—-
Ilustración de
Juan Diaz Faes
Este artículo fue publicado en el número de Julio de Yorokobu.
FUENTE ORIGINAL
http://www.yorokobu.es/el-gordito-que-corrio-1-000-kilometros/